miércoles, 25 de febrero de 2015

Historia de las calles 7: Las Cavas (Alta, Baja y de San Miguel), Puerta Cerrada y Cuchilleros.

Placa de Azulejos indicador de la Cava Baja

Las Cavas


La Cava Baja:


La Cava Baja, una de las calles más viejas de Madrid, fue desde el siglo XVII punto de llegada y partida de arrieros y carreteros de las diligencias que trasportaban el correo a los pueblos de la provincia y, más allá, a localidades de Toledo, Segovia o Guadalajara.

Aún en el siglo XX llegaba cada viernes hasta el Mesón del Segoviano, el "Ordinario de Illescas", carromato tirado por mulas (coche de mulas), propiedad de una larga dinastía de carreteros apegados a su oficio desde 1680. Debido a esta afluencia de comerciantes que procuraban poner sus mercancías en los mercados de San Miguel y de la Cebada, y de otros viajeros procedentes del entorno que entraban por esta parte de la ciudad, las Cavas y sus alrededores fueron zona de hospedaje entre los siglos XV y XIX. Así lo atestiguan populares posadas como la de Las Ánimas, la de Vulcano, la del Pavo Real o la de San José. En una de ellas, se alojaron al parecer los asesinos del embajador republicano inglés Antonio Ascham, una partida de cinco ingleses católicos y jacobitas, que se confabularon en Madrid para vengar, en la persona del embajador, la muerte del rey Carlos I de Inglaterra; y que según el viajero monárquico Edward Hyde llevaron a cabo en un hotel de la calle del Caballero de Gracia, donde se encontraban los pocos establecimientos de este tipo que hacia 1650 había en la capital de España.

Vista de la Cava Baja ©Vizuete
También se emplazaron en esta Cava algunas de las casas de comidas más antiguas de Madrid, entre ellas: la de la Villa (1642), la de San Pedro o Mesón del Segoviano (1720) y la del Dragón (1868), más tarde convertidas en restaurantes o tabernas de reclamo turístico. Al comienzo del siglo XXI todavía funcionaban en esta calle establecimientos como el 'restaurante' Casa Lucio, en el mismo lugar donde antes se encontraba el Mesón del Segoviano, nombre popular por el que se conocía la Posada de San Pedro. En el zaguán del casi mítico mesón se le dio al escritor burgalés Francisco Grandmontagne un homenaje en 1921, en el que participaron Antonio Machado y Azorín, entre otros cien personajes de la literatura española y la vida madrileña. En el mencionado zaguán, a mediados del siglo XX todavía podían verse expuestos y emparejados un carro de mulas y un viejo y flamante automóvil fabricado en Detroit.

A lo largo de la Cava Baja, apareciendo y desapareciendo a lo largo de los siglos, existieron otros muchos mesones. Así por ejemplo: el de La Merced, El León de Oro, el de San Isidro o la Posada del Dragón, llamada así por su cercanía a la Puerta de la Culebra.

A los huéspedes sólo podía dárseles habitación y lecho, pues estaba rigurosamente prohibido suministrar alimentos y bebidas, medida que se derogó en 1796. Durante todo el siglo XVII los propietarios pidieron incesantemente que se les permitiera vender paja y cebada para las caballerías. 
Entrada al famoso restaurante "Casa Lucio" ©Vizuete

Hasta el siglo XVII, no asume el papel de lugar de arribo y para de los viajeros modestos
procedentes del Sur y del Oeste de la Península, pues en el Memorial de Pedro Tamayo (1590), apenas destaca por el número de posadas, que pronto llegó a ser incontable. Aparte de las conocidad por los nombres de sus dueño, documentos de los siglos XVII y XVIII mencionan las de las Ánimas, del Pavo Real, de Vulcano, de San José, del Navío, del madroño, del Gallo, de la Soledad, del Pavo, de "Mostro", de la India, del "Abujero" o del "maestro que ha abujas", del Portugués, de la Valenciana y de la Francesa, así como los mesones de la Villa, del Galgo, del Álamo y de la Cruz. En 1833 subsistían y se anunciaban en el Diario de Avisos las posadas del Agujero, del Galgo, de San Isidro, del León de Oro, del Dragón (con salida a la calle del Almendro) y de San Pedro. El visitante actual sólo podrá encontrar los rótulos de las de San Isidro, El Dragón y El León de Oro, con sus zaguanes y patios convertidos en modernos restaurantes y hoteles.
La restaurada "Posada del León de Oro" ©Vizuete
- Antonio Capmany y Montpalau, escribe en su libro "Origen histórico y etimológico de las calles de Madrid" lo siguiente:

Los árabes tenían aquí una mina prolongada por donde entraban o salían a la villa, aunque estuviesen alzados los puentes, como sucedía en ocasión de guerra. Denomináronla Cava Baja por tener la salida por debajo de la puerta que llamaban de Moros, la más importante para ellos por su dirección a la corte de Toledo; los cristianos vivían entonces en los arrabales, fuera de la población. Cuando D. Ramiro II de León, en el año 936, vino sobre Madrid, por esta mina escaparon los árabes y sus familias, llevándose los efectos que pudieron, e igual aconteció en 1083, cuando la conquista el rey D. Alonso VI. Se dice que después, habiendo tomado la villa el moro Alit, que vino por Alcalá, entre otras personas cristianas que salieron huyendo por esta Cava fue una el bendito San Isidro.

   Después se llamó Cava de San Francisco por la dirección al convento que fundó el santo patriarca; pero luego se mandó derribar la Puerta de Moros, y se cerró esta mina por considerarla peligrosa, como guarida de ladrones. Se construyó en ella el Aloli de la villa, esto es, el depósito de granos, cuyo edificio se quemó; y más adelante edificaron una posada que quedó con el nombre de la Villa por haber pertenecido su local al ayuntamiento, lo mismo que la inmediata, denominada del Dragón, nombre puesto por la idea fabulosa de que semejante fiera, colocada en piedra sobre la Puerta de Moros, revelaba la fundación de Madrid por los griegos, que en sus banderas traían un dragón; y así fue que a estos dos mesones o posadas, que fueron pertenecientes a la Villa, se les pusieron sobre la puerta dos escudos de armas del municipio, y a la otra, que también fue de su propiedad, se le puso un león dorado, como emblema de la casa real de Castilla, y por eso se llama del León de Oro. Otros paradores hay en esta calle, porque antiguamente paraban aquí los ordinarios que venían por la línea de Toledo y de otros puntos, y a la calle se la nombró siempre Cava Baja.




La Cava Alta: 

Placa de Azulejos indicador de la Cava Alta
De las dos acepciones posibles de la voz "cava", los que prefieren la de "mina" a la de "foso"pueden dar rienda suelta a su imaginación, como hizo D. Ramón Gómez de la Serna, y suponer que al producirse las dos conquista cristianas, los vecinos árabes huirían "saliendo por el pasillo de la cuenta, con sus churumbeles detrás y con las mujeres cargadas con los petates más astrosos del mundo".
Aunque no se ha librado de la penetración de los restaurantes turísticos, ofrece un ambiente más reposado que la Cava Baja, tanto por la escasez de comercio como por el aspecto de sus viviendas, en gran parte del siglo XIX, entre las que destaca la número 21, construida por el arquitecto Rodrigo Amador de los Ríos a su vuelta de Italia para la Archicofradía Sacramente de San Miguel (1878).
Comienza en una placita de la calle de Toledo, que se llamó antaño de "La Berenjena" por estar allí el berenjenal de la casa de los Ramírez de Madrid, luego huerto del hospital de La Latina, y acaba en la plaza del Humilladero.

- Antonio Capmany y Montpalau, escribe en su libro "Origen histórico y etimológico de las calles de Madrid":

Vista general de la Cava Alta ©Vizuete
La Cava Alta era otra mina igual a la anterior, solo que la boca de salida o ingreso a la villa tenia mas elevación; este terreno pertenecía al ayuntamiento, y gran parte de él compró doña Beatriz Galindo, la Latina, para la construcción del convento de la Concepción Francisca, terraplenando a su costa el foso, llamado también Cava de San Miguel, por la dirección a la parroquia dedicada a este Santo Arcángel. Sobre aquel foso, en un repecho, había una capillita o humilladero de Nuestra Señora de las Angustias, que mandó edificar D. Luis Gaitan de Ayala, siendo corregidor de Madrid, cuya imagen regaló más adelante el ayuntamiento a las religiosas Franciscas, porque estas generosamente dieron a la villa unos cuantos pies de terreno al abrir la calle que se llama Cava Alta, pero a condición de que había de poner en la esquina un retablo con una pintura de la Virgen; así se verificó, permaneciendo allí el mencionado retablo, hasta la época en que fue gobernador de Madrid el conde de Vista-hermosa, que la mandó quitar como todas las demás imágenes que la devoción de muchos vecinos conservaba en diferentes puntos. Este santuario no dejaba de tener algunos recuerdos, porque a la puerta de aquella devota capilla, el joven y galante paje del conde-duque de Lerma, el intrépido y enamorado Rodrigo Calderón, pasaba algunas horas de la noche desesperado al saber que Amalia, la mujer que mas amaba, estaba encerrada en aquel monasterio, y cansado rondaba suspirando las tapias de la huerta; otras veces pulsando un laúd cantaba para que la religiosa le oyese, pero nunca consiguió el verla durante su corta permanencia en aquel convento, del que tuvo que salir porque las religiosas se negaron a que profesara por causa del porfiado amante.



Placa de Azulejos indicador de la Cava de San Miguel




Cava de San Miguel y Cuchilleros

La instalación del gremio de Cuchilleros en este trozo de la antigua cava se justifica por su posición intermedia entre la Herrería y la Carnicería, con la que se comunicada por las escalerillas. Tenían por patrono de su cofradía a Santiago el Mayor y altar propio en la iglesia de San Pedro.
El trabajo de estos artesanos tenía una vertiente artística, ya que además de instrumentos para las tablajerías, fabricaban cuchillos de monte, moharras de lanza, alabardas, cuchillas de archeros y otras piezas, decoradas profusamente con dibujos recortados y calados o grabados a buril, tanto en las hojas como en las guarniciones. Algunos del siglo XVII alcanzaron gran renombre. 

Placa de Azulejos indicador de la Calle de Cuchilleros


Según fueron extinguiéndose, surgieron en su lugar comercios de otras clases, ya desaparecidos casi por completo, como se deduce comparando la pintura que da Galdós en Torquemada y San Pedro con la situación actual: 
"En una y otra acera reconoció, como se reconocen caras familiares y en mucho tiempo no vistas, las tiendas que bien podrían llamarse históricas, madrileñas de pura raza: pollerías de aves vivas, la botería con sus hinchados pellejos de muestra, el tornero, el plomista, con los cristales relucientes, como piezas de artillería en un museo militar; la célebre casa de comidas de Sobrinos de Botín, las tiendas de navajas, el taller y telares de esteras de junco, y, por fin, la escalerilla, con su bodegón antiquísimo, como caverna tallada en los cimientos de la Plaza Mayor"

De tales establecimientos, el único que subsiste, exhibiendo orgullosamente la fecha de su fundación (1725) es el restaurante de los Sobrinos de Botín, cuyos asados típicos constituyen una prueba de la penetración Segoviana. 
La fotografía actual y el grabado decimonónico nos
muestran dos imágenes distintas del Arco de Cuchilleros
uno de los lugares más famosos y característicos del
barrio, lo que ha producido su explotación folclórica
con dudosa autenticidad y acierto. 

A la Cava de San Miguel se la consideró en un principio como una sola vía, junto con Cuchilleros, pero la proximidad a la iglesia de San Miguel de los Octoes determinó su nuevo nombre. Como se dijo, empezó a edificarse paralelamente a la muralla, para cerrar la plaza Mayor y el gran desnivel existente entre ésta y la cava, originó la diferencia de tres plantas que existe entre las dos fachadas de estas casas, que a tal curiosidad sumaron hasta el siglo XX la de ser con sus ocho pisos las viviendas más elevadas de Madrid.

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Una de ellas, que continúa ostentando el número 11, ha quedad inmortalizada en las páginas de Fortunata y Jacinta, de Galdós, cuyo héroe, Juanito Santacruz, tras cruzar la plaza Mayor penetró en lo que para él apareció como un extraño y asombroso paí, en que desde la huevería-portal, que hubo de atravesar pisando plumas y cascarones, hasta "el aspecto lúgubre y monumental, como de castillo de leyenda" de las escalera con peldaños de granito, negros y gastados, todo le produjo asombro y muy en especial la moza del entresuelo, que iba a cambiar el rumbo de su vida y a familiarizarle con aquel ambiente.

Antonio Capomany Montpalau, escribe en su libro "Origen histórico y etimológico de las calles de Madrid":

   Esta calle era un terreno de la muralla que había desde la Puerta Cerrada hasta la de Guadalajara, en cuyo término, según Gaspar Barreiros, había tres o cuatro torres caballero-fortísimas de pedernal fino, y se lamenta de que se estaban derribando en tiempo de los Reyes Católicos. Después se estableció aquí el gremio de maestros cuchilleros y espaderos, que se puede decir que es uno de los pocos que no han abandonado su primitiva estancia; tenían por patrón al apóstol Santiago el mayor, cuya cofradía se estableció en la iglesia parroquial de San Pedro, con su altar propio. La estancia aquí de los cuchilleros fue por la proximidad a las antiguas carnicerías, cuyos puestos o tablas estaban en la Plaza Mayor. En el año de 1790, estalló al principio de esta calle por la escalerilla de piedra el atroz incendio que tantos estragos causó.

  Aquí erigieron su casa los marques de Tolosa, que es la más sólida de aquellos sitios, motivo por el que hizo mucha resistencia al referido incendio. 



Plaza de Puerta Cerrada

Orígenes y evolución

Era ésta, durante la Edad Media, una zona periférica en que el recinto cerrado de la Villa describía una amplia curva, en cuyo centro se alzaba la puerta que se denominó Cerrada, intermedia entre las de Guadalajara y de Moros. Por detrás, el hondo barranco de la calle de Segovia establecía un límite no menos preciso.
Si se admiten las sugestivas tesis de Oliver Asin sobre la formación de un poblado visigótico minúsculo, convertido por los árabes en ciudad en torno a un arroyo matriz, cuyas laderas fueron poblándose sucesivamente, resultarían estos parajes los más antiguos de la urbe. En cualquier caso, es indudable que se trata de una de sus zonas primitivas, que los cristianos repartieron entre dos de las diez colaciones, las de San Miguel de los Octoes y de San Pedro.
Tras la Reconquista, tuvo una población muy diversa, procedente de dos polos: el Alcázar y la Morería. Al primero tendían las agrupaciones familiares de los linajes más esclarecidos, afincados en las actuales calles de la Pasa y del Nuncio, para enlazar con los de la plaza de la Paja, mientras que la costanilla de San Pedro venía a significar una última presencia de los antiguos pobladores musulmanes. La torre mudéjar de San Pedro era, pues, todo un símbolo del contacto entre las dos razas.
Pero el valle que pudo facilitar la instalación de los primeros pobladores también fue causa de problemas, ya que si por otros lados la abrupta cuesta de la Vega o el barranco del Arenal constituían magníficas defensas naturales, aquí la llanura circundante facilitaba los asaltos por sorpresa y, para evitarlos, hubo que construir profundos fosos o cavas al exterior de las murallas.
Puerta Cerrada y la cruz que la preside y que se supone
marca la posición de la antigua puerta ©Vizuete

Cuando fuera de ellas y ante la puerta de Guadalajara surgió un gran foco comercial en la plaza llamada primero del Arrabal y luego Mayor comenzaron a construirse casas a su alrededor y, a partir de 1449, se permitió edificar su ala paralela a la muralla, en la llamada cava de San Miguel, dejando un espacio intermedio sobre el que, desde 1495, se instalaron corrales. Entre 110 y 1511 surgió la hilera de casas adosadas a la muralla y entonces hubo que derribas las tapias de los corrales para permitir el paso, aunque hasta 1567 no se empedró y adquirió verdadero carácter de calle.
Las Actas municipales y los eruditos comentarios de su editor Gómez Iglesias permiten también ya conocer con toda precisión el momento en que se verificó la transformación de la otra parte de la Puerta. En 1502 autorizó el Concejo a doña Beatriz Galindo para que, con determinados requisitos, cegase el trozo del foso que ocupa la actual Cava Baja. 
A comienzos del siglo XVI se inicia, por tanto, el desarrollo del sector exterior, que si ha nacido unos ochocientos años después que el otro, va a tardar muy poco en superar su vitalidad y fama. Puerta Cerrada va a convertirse en la principal "estación término" de Madrid, al confluir en ella la circulación procedente del Noroeste y Sur de la Península llegada por los puentes y calles de Toledo y Segovia, mientras que la del Este entrará por la puerta de Guadalajara. Las Cavas serán el alojamiento favorito de esta masa forastera, constituida en su mayor parte por los labradores concurrentes a las ferias y mercados de la plaza Mayor.
A lo largo de los siglos XVI y XVII van desapareciendo (demolidas o absorbidas) las murallas que separan estos dos mundos tan diversos: casas solariegas de las familias más ilustres y posadas de aldeanos transeúntes, pero ninguno de ellos va a merecer la atención de los novelistas y dramaturgos del Siglo de Oro, cuyos protagonistas favoritos son pretendientes forasteros e hidalgos que se mueven por otros lugares, ya que el eje de la vida cortesana se ha desplazado hacia la calle Mayor, la Puerta del Sol y el Prado.
Tampoco aparecen muestras de protagonismo político, artístico o social en las épocas moderna y contemporánea. Las mansiones nobiliarias van siendo abandonadas por sus propietarios, pero como en su lugar no surgen centros de atracción (laborales, docentes, sanitarios, de esparcimiento, etc.), los vecinos tienen que salir del barrio durante la jornada, regresando a las horas libres. Además, la corta extensión e irregularidad de las calles, lo desigual del terreno y otros motivos, dificultan la existencia de líneas de transportes de cualquier clase, teniendo que recurrir durante decenios al gran centro tranviario de la plaza Mayor y a las que atraviesan las próximas calles de Toledo y de Segovia. De aquí que la sensación predominante para todos los cronistas sea la de aislamiento.
Las únicas visiones reales y directas de muchos lugares ignorados por los demás se las debemos a Galdós, que hizo transitar a sus criaturas por estos vericuetos, pensando en sus remotos orígenes, pero atentos al panorama del día.